lunes, 19 de septiembre de 2016

La obligada compañía del corredor en círculos. Esse est percipi o el demonio del mediodía

18 de septiembre de 2016


Durante todo un verano mi padre trabajó para el catastro en un pueblo de León llamado Sueros de Cepeda. Mi madre, mi hermano y yo le esperábamos en una infecta pensión con bar de por allí. Yo era muy pequeño y me pasé todas esas jornadas metiendo moscas debajo de chapas de refrescos. Acercabas despacio la chapa hasta la mosca y ¡zas!, la dejabas debajo. Así, hasta que llenabas la mesa de chapas. Luego, ibas a otra mesa con igual o más mierda y repetías el procedimiento. Cada día mi hermano y yo batíamos nuestro récord. Esta asquerosa crónica o narración se podría titular: EL MEJOR VERANO DE MI VIDA. No creo haber vuelto a ser tan feliz.


Regreso a León después de tres meses en la dacha gritando en silencio, inmóvil, vívidamente deslumbrado, recibiendo* a las personas como espectros del mediodía, demonios meridianos*. Con la seguridad de que ellos tampoco me perciben. Es inevitable que a don Quijote le derrote el Caballero de los Espejos —con otro nombre igualmente cegador—. Incapaz de comunicarme y con los iris obturados por el paisaje acabo harto de agro y me desespero y aburro tanto que vuelvo a la ciudad y acepto hasta una invitación para ir al cabaret. Ayer estuve en una inauguración de arte contemporáneo. Acudiría igualmente a un incendio o a un accidente de coche. Iría incluso a una rueda de prensa. Estoy tan tenso que hoy… salgo a correr.

*Se me comenta cuando voy a la ciudad que he recibido mucho. En efecto, me dan por el culo (por este orden) el cortacésped, el cortasetos, el lavavajillas y la desbrozadora. Jackpot con bola extra de averías simbólicas: no se me permite actuar sobre las cosas o se me permite, pero con gran dificultad.


*Evagrio Póntico (344-359) el solitario, inventor de los ocho pecados capitales (eran ocho, dos de ellos relacionados con la tristeza) escribió en su Antirrhetikos (Άντιρρητικός) que, de los espíritus malos, el meridiano era el más pesado de todos, acechando al monje desde la hora cuarta (las diez) hasta la octava (las catorce) haciéndole ver que el sol se movía lentamente, que el día no acababa e impeliéndole a salir de su celda persiguiendo la nona (las quince: la de la comida principal). Este demonio diurno molestaba de forma especial a Evagrio porque hacía renegar al religioso del trabajo manual y le inculcaba dudas sobre si existía la caridad. También tiene que ver con el mediodía de la vida.











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