24 de marzo
de 2016
Mi cuerpo
se da cuenta de que lo estoy tratando como un templo y desconfía. Sabe que si
construyo templos es para profanarlos. Y profanarlos mucho: descerrajando puertas a caballo, tajando cuarterones en sus peinazos, con bueyes arrancando retablos de sus sillares, pegando fuego a los tapices, orinando en el
sagrario y saliendo después, impávido y sonriente, con candelabros de oro macizo debajo de los brazos mientras hace eco en las bóvedas el mugido de las reses enloquecidas
que, sobre mármoles, se rompen el cuello resbalando en su estiércol.
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