viernes, 30 de enero de 2015

La obligada compañía del corredor en círculos. Met versus Emet




27 de enero de 2015


Sol de invierno. Hierba parda y barro negro. Aún así, después de la fiebre, la nieve escuálida y la niebla el mundo de día tiene un aspecto azul, brillante y achampañado.


Como no quiero pecar de monótono debería aclarar que estas notas, aunque no lo parezca, son pululadas al menos por dos personajes: yo y otro. Igual que don Quijote y Sancho Panza; y no por lo enteco de uno y lo amplio de otro (que también). El dramatis personae de aquí es breve: yo y mi cuerpo; y viceversa. Uno es listo, reflexivo y moderado. El otro es continuo, egoista y salvaje (como decía de los niños Baudelaire).


No ha habido grandes novedades en la literatura en los últimos cinco mil años. Siempre se narraron las proezas reales o imaginadas de un titán o chalado cualquiera (desde Gilgamesh), pero la radical novedad del Quijote (venga, voy a explicarlo) es que esa vez sus actividades empiezan a dialogarse. El héroe tiene un espejo ya no en el lector, sino en la propia obra. Cualquiera diría leyendo estas notas que solo hay un muñeco, pero no: hay más y hablan entre sí y y se cambian los papeles como en la novela de Cervantes. Uno asimila la inmovilidad con la sabiduria y la justicia con la lentitud. El otro no asimila una mierda y no quiere hacer nada o lo quiere hacer todo a la vez. Como digo, a veces es el cuerpo o cáscara el que manda y exige y otras veces (las que estoy callado) es la mente, la parte intelectual… la que no hace tanto el idiota o lo hace de otro modo.


Imaginemos que la parte racional y flaca de mi persona (la que sea) corre una hora, se flexiona cien veces, sube los siete pisos corriendo… y, llena de testosterona, adrenalina, cortisol y endorfinas se pone muy contenta. ¿Qué le apetece al otro señor, el abotargado y parlanchín? ¿Investigar las mitocondrias? No. Quiere emborracharse. Y comerse una tarta entera. Y ver el fútbol.



La serenidad y el equilibrio no consiste en que estos dos sujetos se lleven bien, sino que sean uno solo y no se disocien. Y que, una vez  sean uno solo… me dejen en paz. Vaya, ya he vuelto a hacerlo.





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