domingo, 23 de noviembre de 2014

La obligada compañía del corredor en círculos. La costumbre de los demás



21 de noviembre de 2014

Mañana:

La conversación roma, la mansedumbre de los españoles, el cretino tratamiento informativo de casi todo y el espesísimo fango que nos rodea me enfurece. Y me enfurece enfurecerme: dejarme afectar por la estupidez ajena me parece un defecto que debería haber corregido hace mucho.



Tarde:

Estoy en buena forma, lo que (también) me viene mal: luego lo aprovecho para intoxicarme. Corro casi una hora sin fatiga, y luego hago sprints y flexiones y así. Lo acabo dejando. Me voy a casa. Porque me aburro. Hay un momento en que estoy expiando o redimiendo las cañas y la irritación y las frases hechas y los diferentes lodos de la actualidad mañanera… ¡y lo entiendo todo!: no estoy corriendo con mi cuerpo de hoy (ni de ahora) sino con el de los ayunos y las gimnasias de hace treinta días. Dentro de treinta días haré ejercicio con el recipiente de hoy: el del mal humor y las cervezas gordas y me preguntaré por qué sudo y resoplo y me canso.

Asimismo lo que pienso y escribo y hasta lo que me enfada no es lo que ocurre ahora mismo, sino lo que creen las sinapsis cerebrales que se crearon cuando era bueno o aprendí algo.

Al volver a casa oigo a una niña animando a su madre para que, imagino, ejecute alguna actividad extrafamiliar: Ya le hago yo la cena a papá. Vuelvo a enfadarme (no me cuesta nada, oiga). ¿Por qué cojones somos capaces de posar una sonda encima de un cometa a ciento cincuenta millones de kilómetros pero hay que hacerle la cena a papá? El progreso, como los batracios anuros, avanza a saltos no lineales.










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