martes, 11 de noviembre de 2014

La obligada compañía del corredor en círculos. Sopa de pollo para el alma



4 de noviembre de 2014


El correr es… como… la vida, que afirmaría con solemnidad Murakami. Quiero decir con la pendejada que resulta injusto y arbitrario. Permanezco (a ver que lo miro) cinco días sin salir y bebiendo y comiendo normal y me encuentro otra vez blandito. Si hago ejercicio y ni como ni bebo durante cinco días no hay la misma diferencia. Esto es un descompensado sindiós y un descalzaputas (como la vida). Me enfado.

Mientras tanto (quam minimum credula postero) me afano cada día, en efecto, como si fuera el último: con infinito terror a morir, triste por la fugacidad de lo perceptible y arrepentido de haber desperdiciado mi tiempo.

¿He sido hoy más feliz que ayer? Esta pregunta la hacen de verdad en esos tautológicos tests sobre ‘bienestar subjetivo’. No quiero escribir (más) obscenidades pero ¡¿hay algún test sobre bienestar objetivo?! Correr (aparte de ser ingrato como… ejem… la vida) es aburrido. Resulta alarmante que, de todas mis actividades, sea la que tenga más interés. ¿Qué vidas llevan los que escriben autobiografías? ¿Cómo de memorables son sus operaciones cotidianas? ¿Qué valiosos o considerables tratos reflejan en sus volúmenes? Sobre todo, ¿cómo de en serio, y durante cuánto tiempo, debe tomarse uno a sí mismo? Todos estos procedimientos de los que he hablado (correr, divertirme, impostarme, ejercitar un egoísmo aún más energuménico…) se me dan francamente mal.






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