miércoles, 1 de octubre de 2014

La obligada compañía del corredor en círculos. Ego trip (y II)



28 de septiembre de 2014

Domingo por la mañana. Día vivo. Rastro. Nubosidad juguetona. Contornos nítidos. Verde radiactivo. Sol escalfado… me fastidia ir corriendo. Yo, que no tengo ninguna prisa. Detente y huele las rosas. De acuerdo. A la vuelta. Lo que me sobra es tiempo.
Esto tiene que ver con el concepto de albedrío. Oh, el albedrío. Y su  relación con el humor, el espacio y, sobre todo, la velocidad. Aunque la gente haga por ignorarlo, nos gustan las cuerdas, estar atados. No hablo ahora de la tribu (es lo que más amamos) sino de todas las jaulas y correas que lamemos e impregnamos con nuestro aroma (por cierto, en esta temporada de depuración me he sorprendido oliendo a cosas de mí mismo como de niño. Efluvios libres de veneno no arrojados, creo, desde la cuna). La madre sana, el dinero en el banco, el coche en el garaje, los dientes sin caries, la cama hecha… Estamos conectados a gran cantidad de objetos y personas y su bienestar o mera existencia nos afecta queramos o no. Mi idea es que la libertad es un fantasma multiforme igual de inaprensible que pueril. Vamos, que la libertad no existe. Además, emponzoñados por el cinematógrafo, la mala literatura, los cantautores y la publicidad, los grandes conceptos suenan ahora a eslogan nacionalista o a anuncio de pañitos higiénicos. De ahí el recurso de ligar la libertad con la aceleración. El individuo (o individua) libre o que abraza (es el verbo) la libertad tripula caballos, botes o descapotables y agita su melena por espacios abiertos. Digresión: los amantes, en este mismo tipo de ficciones, hacen lo contrario. Se muestran unidos y dando vueltas (como yo mismo). Pero no huyen. Están sujetos a un eje. No son lineales sino giratorios; de danzas, carruseles y tiovivos. Fin de la digresión.
La libertad de fantasía (creo, repito, que no hay otra) parece no tener que ver con la masa ni con la dirección, sino con el potencial gravitatorio. Curiosamente, la libertad por antonomasia, la de volar, ahora se ha convertido en una operación consuetudinaria, que elimina enseguida la decisión y nos obliga a un comportamiento de ratones en un laberinto. Tampoco te dejan bajarte donde te apetezca. Libre como un pájaro. Ya.

Ah. Lo conseguí. Reduje a ochenta y cinco kilos (mi masa). En las fotos tomadas en la inauguración del acto para el que quería deshincharme esto resulta inapreciable. Aunque no parezco Chicote, no. Parezco el puto Marlon Brando de Apocalypse Now.




La metamorfosis invisible. Convenientemente disfrazado de artista (o de monstruo de Frankenstein) parece que estoy diciendo: ¿Qué te voy a contar, hija? Esta imagen no salió publicada en ningún sitio, pero está muy graciosa.













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