domingo, 14 de septiembre de 2014

La obligada compañía del corredor en círculos. El retrato de Dorian Graceland



1 de septiembre de 2014


Se acabó el tratar a mi cuerpo como a un parque infantil. Hora de echar arena en los meados, grasa en los columpios e instalar caucho sobre la brea. Control de daños después de este tiempo de espumosos desayunos, espumosas comidas y espumosas cenas: corro veinte minutos al lado de un arbolado y casi desconocido Bernesga.


Hay dos soberbias de las que carezco (todas las demás las tengo hipertrofiadas y hasta considero una falta de educación que se me trate como si fuera una persona normal): la literaria y la atlética. Puedo alejarme con facilidad de ambas. De hecho lo hago. Dos meses y mucho. Vuelvo a la literatura con estas notas que puedo titular Qué hice en verano. Las añadiría a clásicos como La vaca, Mi gata Doris, Un día de lluvia, Una mirada a alguna cosa o La memoria de no sé qué. Trataré de no poner estival ni canícula.


FAUNA


Todos los años vuelvo, con el buen tiempo, a mi bohío anteriormente comparado con Tara, Pequeña Reata, La Zona de Stalker y Graceland (aconsejo una relectura de mi libro) aunque esta vez parecía empeñado en asimilarse más bien al Hotel Overlook, ámbito que también volvió loco a su habitante. Mis nervios están conectados a la finca como Dorian Grey a su retrato o espejo. Nadie parece comprenderlo; así, cuando contemplo (por ejemplo) un nido de cigüeñas blancas de quinientos kilos desplomado sobre el cable de la luz que alimenta la casa… siento física, literalmente, trastornos en mi propio sistema linfático y su equilibrio osmolar.

Izo de nuevo el cable y hago derribar el altísimo chopo muerto para evitar que sustente un nuevo (y precario) ponedero. Ahora, claro, echo de menos a las cigüeñas.

Restablecida la normalidad me dejan un perro nueve días. Los paso mirando para el animal. Rápidamente se hace tan territorial, atrabiliario y desconfiado como yo. Le atosigo preguntándole cada poco si se siente triste o dichoso... para darme cuenta luego de que persigo mi propio rabo, haciéndome esas preguntas a mí mismo.


Podría terminar el capítulo zoológico contando que me muerde una culebrilla (los posteriores facultativos aseguran que era una víbora, pero me parece hiperbólico llamar así a un reptil tan pequeñín). Justo en el pulgar oponible de la mano derecha. Dedo del que abusaba desde mi arribo a Yoknapatwpha.


FLORA


Termino de rapar absolutamente todo y me quedo exhausto mas insatisfecho; en cierta manera victorioso, pero desolado. Como Alejandro*. Los visitantes veteranos coinciden en afirmar que el terreno parece más grande. No lo parece. Lo es. Calculo mi salvaje trasquilamiento. Le he ganado al menos cien metros cuadrados a los dos mil de área paseable (o navegable, en mi caso, por la cantidad de cerveza ingerida). Pero ni corro ni escribo. Vuelvo a estas vanidades concretas: me dan igual marcas y tiempos y sé una cosa: todo lo publicado está impreso en ego sobre blanco.


*No me refiero a Alejandro, el guerrero macedonio, conquistador del mundo conocido. Sino a Alejandro Cartujo, un amigo de la mili que suspendió por muy poco las oposiciones a bombero.



PRIMAVERA

Hago obra con mi contratista de cabecera Bush Jr. el Decidor y su silencioso hermano. Vastas cantidades de cemento son preparadas con mi hormigonera de la que me siento discreta y casi sexualmente orgulloso, tanto de su tamaño como de su rendimiento. La relación establecida entre el albañil y yo acerca de mis herramientas es de sorda rivalidad. Así, él testa e incluso mejora las que puede utilizar o manejar (monta mis bicicletas, me encuentra en el garaje una bomba de aire, que él llama de viento, pone cinta en los mangos de picos y azadas, desacredita mi sierra radial…) y yo uso, sin querer, su curiosidad en mi beneficio. Un día comento a los dos hermanos que no consigo desmontar un grifo, fuertemente apretado con estopa, que gotea. Se trata de sujetarlo a la vez con una llave inglesa y una llave de grifa y liberarlo de su rosca. Lo intentan, como yo, con mis chismes, de tamaño standard. Sin conseguirlo. Completamente picados aparecen por la tarde con unos utensilios idénticos a los míos pero de tamaño ciclópico, descomunal, como los que utilizarían los payasos de un circo y bajo los que, por supuesto, el grifo cede inmediatamente.

Se me dice que no compre material en un determinado almacén del que no voy a decir el nombre (BricoDepot) por la deficiente calidad de sus productos. Acudo enseguida y compro muchos kilos de nutritivo sustrato y quince litros de denso acrílico para fachadas. La tierra resulta ser serrín con periódicos; y la pintura está tan aguada que serviría para limpiar las brochas. Me parece estar aplicando capas de saliva. Gasto los quince litros en cubrir apenas veinte o treinta metros cuadrados con un fino sfumato. La etiqueta, eso sí, no miente en dos circunstancias: pone bien grande que esta pintura concreta es irritante y no define el acabado, que puede ser satinado o mate, según lo que haya debajo.

Ejecutar tales actos, dirigir tales partidas, aspirar tales aromas y saborear tales frutos me dilatan, distraen y traban e impiden que dé brincos. Cosa que he hecho hoy, de vuelta en la metrópoli. Eso es.




Bienvenidos a Stupor Manor, mi casa/prisión. Foto sacada con el móvil. Más que a Graceland, cancela y nubecillas le dan el aspecto de la entrada al Cielo de los dibujos animados.










2 comentarios:

  1. Hay mucho Photoshop en esa foto. Ese césped (que no es césped) tan verde es sospechoso, más sabiendo que tú eres el "hortelano". Serán las burgemeester (que, por cierto se "fabrican" en Valencia, por que lo que es "brew" eso seguro que no lo hacen...).
    Te ha faltado comparar Modorra con Xanadu (el de Kane no el del Tíbet, hence la ausencia de tilde… que nos conocemos. No tengo cursivas).
    Pelín críptico me ha quedado, ¿no?

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    1. En realidad hay muy poco Photoshop en la foto. Le subí, eso sí, un poco el contraste. Es una imagen un tanto idealizada, pero si hubiera usado todos mis conocimientos le hubiera quitado también la sombra del Opel Corsa.
      Xanadu quedó contaminado definitivamente por la película (y la canción ¡y los patines!) de Olivia Newton-John y la ELO. Así como Shangri-La quedó empequeñecida por la canción (y las pantuflas) de los Kinks.
      Es Burge Meester. Tú, como sólo tomas cervezas buenas, pues no estás familiarizado. Juá. Mira que meterse con mis oxonienses verduras.
      No te ha quedado críptico, no. Lo entiendo todo.

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