lunes, 4 de marzo de 2013

La obligada compañía del corredor en círculos. Principio de razón suficiente



3 de marzo de 2013

Me gustan los animales en general y los perros en particular. Los perros me agradan (naturalmente) mucho más que las personas. Bien es cierto que carecen de sentido del humor, pero (y eso no se lo agradecemos lo suficiente) nunca se les ocurre afirmar lo contrario.
En las amplias entradas hacia la orilla del río se forman habitualmente tontos tapones por aluvión con dueños de chuchos normalmente apollardados (los dueños, digo) que se juntan como los pelos en los desagües o las pelusas debajo de los muebles. Al correr yo siempre solo no sé si puedo hablar al mismo tiempo. Aconsejan que sí, que uno debe poder hablar e incluso que sería aconsejable (supongo) decir cosas ingeniosas mientras se trota. Hoy en una de esas encrucijadas se me enredan tres perros en las piernas y compruebo que, si no charlar, sí puedo proferir interjecciones y blasfemias perfectamente oxigenadas a la vez que corro.

Post scríptum: hago los cinco kilómetros en veinticinco minutos. Diez minutos menos que ayer. No era eso. Día cuarto de cenicienta mortificación. Amén.






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